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Poesía > Libro del retorno

Libro del retorno Libro del retorno Carmen Borja Lumen Barcelona, 2007 112 páginas ISBN: 978-84-264-1595-0
Selección de poemas: 1 Siempre volvemos a la casa del padre. En cualquier lugar surge el relámpago que transforma el paisaje o la calle en conciencia: talismán que protege del frío. Entonces Ibn Hazm habla del amor verdadero, aquel que no es hijo de un instante, y de la planta arraigada que no ha de esperar la lluvia. Porque el sentido viene de aquel viento que llegó con el poema: sagrado ardor. ¿No ves que pasa a tu lado sin ser visto? Sin cuerpo, sutil como un susurro. Amor: lo que fuimos, somos, seremos, todos los tiempos conjugados del ser, camino de regreso a casa. 7 Este dulce no hacer nada, abrir ojos y piel a la mañana, a un tañer y ladrar arracimados, a la sombra del sol en las callejas. Hay pensamiento sin lenguaje y toda plenitud es misteriosa. Lo arriesgas todo, tu vida entera, por aquello que gesta lo invisible: presencia del espíritu en el mundo. Es lo invisible lo que cambia el curso de la historia y hace arte con los sueños de las rocas y el deseo salvaje de los hombres. Entonces el poeta intuye lo sagrado y canta la verdad. El viento cesa. ¿Has visto cuántos desiertos? El de piedra, el montañoso, el de arena, el de sal blanca, el de lava y el terrible de polvo. No calles, no te niegues la palabra. Crear, orar, conjugar toda forma de futuro, amar, reír, comprender: todo aquello que nos hace humanos. Siempre volvemos a la casa del padre. 25 "Gilgamesh vio todo y fundó la tierra y fue sabio en todos los asuntos". Pero el tiempo se escurre hacia el caos. Escucha con atención ese silencio y no dejes que el ojo engañe al oído. La dualidad abarca lo que ves y la plenitud puede ser puente transparente: abismo sin caída. Era locura el límite del mundo, la isla, discreta, y la condena fue don exigente, el turbio deseo de vivir. Siempre volvemos a la casa del padre. 27 Pero el ojo que ve no se ve y tu palabra es nómada en el tiempo. ¿Ha pasado el frío? El viento del sur abrirá las flores. ¿Hay más raíz que los afectos? Deambulas como siempre por la ciudad amada, siempre solitaria y un dolor punzante: calles distintas, ciudades distintas, pero el mismo extrañamiento: como haberse perdido. Hilos invisibles ligan corazones con el sortilegio de las llanuras. ¿Ves el ángel y la espada de fuego de doble filo? Siempre volvemos a la casa del padre. 33 Hay belleza en comprender la destrucción y no temer la muerte. Mientras tanto, el almendro florece. Dispersarás de nuevo las cenizas: porque el sufrimiento te empuja a los otros. Saber sin saber, omnipotencia del árbol, rojez ocre en cada hoja caída. Sólo importa la pregunta que puedes formular, la respuesta que sólo uno puede darse. Completas tu mundo con ayuda ajena, pero el viaje es tuyo. No olvides la dulzura de los cañaverales. Pero lo que sale de ti ya no te pertenece ni es de este mar ni del otro. Siempre volvemos a la casa del padre. 37 Entonces el latido azul de las coníferas y el rumor del mar en la cueva de Próspero. El libro está plagado de símbolos y se hace entraña en la entraña misma. Pero si te dejas arrastrar por eruditos sólo hallarás aire vacío. La palabra secreta llega en medio de la noche, furtivamente, envuelta en silencio, como un ladrón. Conviene no olvidar, para seguir vivos, que antes del fin del mundo cantarán los pájaros. Pese a todo, aunque no sobrevivamos, cantarán los pájaros. Siempre volvemos a la casa del padre. 38 Y quisiste ser, no el profeta que predice el futuro, sino el que escucha la palabra y encuentra el centro de las cosas. Pero la voz es más potente y la profecía llegó sin pretenderlo: secreta belleza, servicio de amor. Y los pies sin raíces se hunden en abismo profundo. Morir cantando es morir combatiendo. Aun sin razones, canta la mentira del día y la verdad de la noche, la inquietud del crepúsculo y la alegría que sabe. Pero no definas a Dios. Siempre volvemos a la casa del padre. 39 La poesía da nombre, aroma, morada, bálsamo. Pero sólo después de un duro invierno. Llegaban entonces las mimosas, como la inspiración o el desamparo. Combatir la oscuridad tornaba puro y generoso el corazón de los hombres. También el canto. Millones de voluntades unidas por generaciones, amor apasionado por la vida, sin fe que nos separe. Toca salir de la torre, aunque el viento sople frío y duela la intemperie. ¿Cómo no amar un corazón bondadoso? ¿Cómo no enmudecer cuando llega la muerte? Siempre volvemos a la casa del padre. 47 El combate cuerpo a cuerpo sólo acaba en muerte o en canto. Abocada al naufragio, construiste tu refugio en una isla, al abrigo de una noche sin estrellas. Demódoco, el aedo ciego, volverá a cantar a Ulises y el destino de los que murieron y el llanto del que ahora está en los versos. La porción de vida que nos dan es nuestra para siempre. ¿Cómo no agradecerla? ¿Cómo no tomar también su muerte? Para recuperar lo perdido hay que perderse. ¿Ves el aire? Los opuestos se enlazan en espiral y en la tarde canta un pájaro. Siempre volvemos a la casa del padre. 48 La profecía llegó con el viento del norte. Entonces la memoria del pozo y el cielo plomizo. Recordar era morir. Bajo las acacias latía el espíritu y era nudo enroscado a la garganta y era agua perdiéndose en el agua. Pero no saber estéril. Tú quedas al final de los tiempos, esperanza terca de principio. El mundo empieza en soledad absoluta y aún allí pronunció mi nombre: ¿cómo no transformar fragilidad en fortaleza? De lo precario nace la plegaria y el temor cenagoso del futuro. Pero el pacto secreto de la vida no conoce la derrota. Como el blanco, el centro no es una dirección. Siempre volvemos a la casa del padre. 49 El que cuenta la historia y el que canta la vida es el último en irse: espera a que todos estén acostados y a salvo. La poesía es una forma de amor, una forma de orar. ¿Cómo negarse? Pero el canto solitario convoca la tristeza. ¿Agoniza el aire de la tarde? El amor es el único puente que no se derrumba cuando todos arden y la ciudad ha sido arrasada. Sólo sirven las palabras que iluminan, pero la luz no está en las palabras. Entonces el silencio es culpable. Atrás quedaron los días felices, cuando el futuro existía y la dicha enlazaba un día a otro. Es entonces cuando surge la prueba. El ángel y la espada de fuego y la planta que nace en la tumba del poeta. Siempre volvemos a la casa del padre.