Contactar
poéticas

Poéticas

2005

La palabra es poderosa. Materia y espíritu en la poesía española

La palabra es poderosa. También la palabra poética. Iba a decir "sobre todo" o "en especial" la palabra poética. Pero prefiero dejarlo simplemente así. Hemos hecho un largo camino desde la palabra revelada hasta el fonema, desde el furor de los dioses hasta la presión del mercado, desde la inspiración hasta el despanzurramiento del texto. Si ello nos ha hecho más sabios, es difícil de asegurar. Seguimos enfrentándonos, como seres humanos y como poetas, a los mismos interrogantes. Y cada uno lo hace a su manera.

Sabemos, desde hace tiempo, que el observador altera el proceso observado. Por tanto, no vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos. Una más de las ocasiones en las que algunos planteamientos de lo que se ha dado en llamar "tradición perenne", coinciden con hallazgos de la física, de la biología del cerebro o del estudio de la conciencia. Nos es más fácil sin embargo seguir alimentando dicotomías. Recuerdo un capítulo sensacional de la serie británica para televisión "Sí, señor primer ministro", en la que se explicaba la teoría de la longaniza aplicándola a la defensa nacional. En plena guerra fría, ¿cuándo en realidad se harían servir armas atómicas? Las preguntas y respuestas entre secretario y presidente respecto a los supuestos que podrían irse produciendo y cómo nunca sería momento de intervenir, son una joya de humor e inteligencia. Pero ilustran además, trasladándonos al asunto que nos ocupa, lo que sabemos de sobra: materia y espíritu están imbricados de manera que es imposible aislarlos en estado puro. Hablamos de lenguaje, de cultura, de emociones, de ideas, de intenciones, de todo lo visible e invisible que acaba convirtiéndose en poema.

A veces me parece apreciar algún desenfoque en la valoración del léxico. No siempre un poeta que utiliza términos muy realistas, muy materiales, hace necesariamente una poesía más material. Y lo mismo ocurre con la supuestamente espiritual. Con frecuencia se olvida, y no sólo en poesía, que el nombre no hace la cosa. Un buen poema es mucho más que la suma de sus partes, es más que sus componentes, incluso más que sus silencios. Hablamos de sentido y de belleza.

Los especialistas seguro que pueden rastrear varias líneas en la moderna poesía española, todas con sólidas apoyaturas bibliográficas. Sin mirar más atrás, en el arco temporal que va de Rosalía de Castro al año 2000, hay una nómina de poetas de calidad que tensan más o menos la cuerda en la que se mueve materia y espíritu. Evidentemente, tengo mis gustos personales. Por decirlo de alguna manera, prefiero la poesía profética a la mimética. Pero sobre todo, prefiero la buena poesía. Esta actitud no implica caer en el relativismo cultural del todo vale. Pero no tengo afán inquisitorial y no me considero una especialista en nada: hace tiempo que he renunciado a serlo. Entre otras cosas, porque pienso que la percepción llega más lejos que la razón.

Hace poco, me pidieron una poética para acompañar unos poemas. Cito las frases que presenté: "No creo en las poéticas. Lo único que se le puede pedir a un poeta, es que ponga en alma en lo que escribe y que ilumine la oscuridad. Lo primero tiene que ver con el riesgo interior, la emoción y la esencia. Lo segundo, con el desvelamiento, la visión y la voz. Pero las teorizaciones son engañosas y a menudo nos llevan a enredarnos entre palabras. Y se trata más bien de acercarse a lo que está más allá del lenguaje. Por eso, mejor entrar en el poema y hacerlo nuestro".

Por encima de modas culturales, de intereses editoriales, de limitaciones individuales, el poeta ha de jugarse entero en su poesía. Al poeta se le ha de pedir –y antes que nada, se lo ha de exigir a sí mismo- la honestidad de crear la mejor obra que le sea posible. Es su reto y se supone que su elección. En todo caso, que cada lector haga suyo lo que le sirva.

(En IV Jornadas Poéticas de la ACEC. Cuadernos de Estudio y Cultura, núm. 19, Barcelona, 2005)